domingo, 13 de diciembre de 2015

GUERRA HASTA POR LAS COSAS MÁS TONTAS.

PARTE 1: EL TRATADO DE FONTAINEBLEU (1807)

-¡Bonjour, camarade! Es un placer poder hablar con vosotros.- dijo Napoleón al recibir la visita de Carlos IV y su hijo Fernando VII.
-Hola.- dijo secamente Fernando, recibiendo un codazo por parte de su padre.- Es decir, buenos días señor...

Napoleón giró sus ojos en gesto de desesperación. Aquellos dos individuos no eran de su agrado, y probablemente del de nadie. Parecían distraídos, aunque eso quizás era lo que más le interesaba.

-Me interesaría hablar avec vous, sobre un asunto de... Espagne. Vous-comprenez?- enunció el emperador francés.
-¿Qué?- Fernando no entendía nada de nada.
-Que quiere conquistar España, obvio.- le respondió Carlos.
-Noo, no, os voy a proponer un acuerdo. Es de mi interés Portugal, Espagne est votre, pero para ir a Portugal necesito antes pasar por Espagne, ¿verdad?
-¿Ah, sí?- se extrañó Fernando.- ¿No podéis ir por el mar?
-Eh... non, hay un oleaje muy peligroso, es imposible.- le aseguró Napoleón.
-Uf, entonces necesitas atravesar España para poder pasar a Portugal.- concluyó Carlos.
-Exactamente, mon amis. ¿Podríais dejar a la tropa française pasar por Espagne para poder conquistar Portugal?
-No hay problema, Bonaparte, ¿dónde firmo?- preguntó Fernando con pluma en mano, preparado para ayudar a Francia.
-Ici. Este es el tratado de Fontainebleu... así, perfecto, très bien. Un placer. Adieu!

Fernando y Carlos volvieron a España, tranquilos y orgullosos de ayudar a una potencia como Francia. Y Napoleón reía en su palacio, lanzando monedas de oro al aire. Por supuesto que pretendía conquistar España, ¿cómo podían ser tan necios aquellos dos reyes?

El tiempo pasó, y ahora España pertenecía a José Bonaparte, el hermano de Napoleón. La sociedad estaba dividida entre patriotas, a favor de recuperar España y volver a ser lo que eran, y los afrancesados, que estaban a favor de que reinara José Bonaparte y apoyar al imperio francés.

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PARTE 2: LA FAMILIA DE MARÍA.

María era una niña de cuatro años, que vivía en Madrid, en su pequeño mundo feliz y tranquilo. Sus padres eran campesinos, y su casa estaba en un cortijo con algunos animales como perros, caballos... Tenían una pequeña extensión de tierra para ellos, con algunos árboles y cultivos, y un jardín con flores. La pequeña María se pasaba los días observando insectos de colores, jugando con sus perritos y ayudando a sus padres.

Su abuela vivía con ellos, y había conocido en persona al rey Carlos IV, una vez que fue a reclamar sus derechos y un gobierno más controlado con un grupo de personas de su edad. A María le encantaba escuchar anécdotas de su abuela, imaginarse conocer a un rey y viajar por España.

Llevaban unos días hablando mucho, de cosas que María no entendía, cosas sobre "francesitos pijos" y sobre "situaciones de desesperación". Pero ella no les prestaba demasiada atención, ya que cuando preguntaba le decían que no importaba o que eran cosas de mayores.

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PARTE 3: LA VIDA DE PATRICIA.

Patricia tenía unos diez años, y vivía en una casa de la burguesía con sus padres. Le encantaba bordar, dibujar y hacer diferentes manualidades, pulseras y collares con cualquier cosa que encontrara. En su vida, había conocido a muchas personas de su familia que eran de Francia, como su bisabuela, que le contó cosas sobre la Revolución Francesa y cómo la burguesía tomó el poder desde entonces.

Aunque era una chica distraída, se daba cuenta de pequeños detalles de las familias que les rodeaban, y pensaba que mientras ellos vivían así de bien, otros estaban comiendo lo justo para sobrevivir, y otros ni eso.

Pero prefería no pensar en eso, ya que si ella vivía bien, era lo que importaba. Un pensamiento egoísta, pero así era la sociedad de la época. Sus padres estaban guardando su dinero y preparando la casa bloqueando las puertas y ventanas.

-Patricia, cariño, queremos que te quedes aquí mientras salimos a la calle. Solo será un momento.- le dijo su madre dándole un beso en la frente.
-Pero mamá, está anocheciendo, ¿a dónde vais?- preguntó ella, inquieta.
-Vamos solo a ver qué pasa, no te preocupes. Son unos patriotas, que la están liando.- le respondió su padre.

Salieron de casa, y dejaron allí sola a Patricia, que estaba asustada y nerviosa.

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PARTE 4: EL DOS Y EL TRES DE MAYO DE 1808

María estaba jugando por ahí, como de costumbre. Su padre y su madre estaban dentro de casa, cocinando. Se hizo de noche, y no venían a avisarla de que la cena estaba lista. María no se inmutaba, hasta que le entró frío y decidió entrar en casa. Pero lo que sus ojos vieron no fue lo que ella esperaba. Tanto sus padres como su abuela estaban muertos, heridos por sablazos en el pecho y el cuello.

-Mami... papi...- lloraba María.- Despertaros, tengo hambre... os vais a curar...

Pasaron horas así, hasta que la niña dejó de llorar sobre los cuerpos fríos de sus familiares. Se puso una manta en el cuello, los zapatos de pasear, y salió afuera. Aquello era un horror, había gritos, sangre y sables tirados por los suelos. María se sentía sola, confusa y perdida entre tanta gente y muerte. Escuchó unos gritos que venían del final de la calle.

-¡Papá! ¿Dónde estás? ¡Mamá! ¿Hola? ¡Estoy buscando a María y a Carlos!

Al escuchar su nombre, la pequeña corrió hacia los gritos. Se tropezó y se raspó la rodilla, pero consiguió llegar a donde venían los gritos.

-Yo soy María.- le tiró de la falda a la chica que la estaba llamando.
-Hola pequeña. No te buscaba a ti, mi madre también se llama María. Soy Patricia. ¿Dónde están tus papás?- le pregunto la chica a la niña pequeña, cogiéndola de la mano.
-Están en mi casa, y tienen pupas y están muy fríos.

La cara de Patricia cambió, volviéndose pálida y asustada.

-No pasa nada, quédate conmigo y buscamos a los míos, ¿vale?- le dijo a María, dándole un abrazo.

Caminaron pasando desapercibidas por las calles de Madrid, y no encontraban nada, hasta que llegaron a un callejón sin salida. Los ojos de Patricia se abrieron como platos, y cogió en brazos a María, tapándole los ojos. Una lágrima resbaló por su mejilla, y ahogó un grito de horror. Su madre estaba muerta en el suelo, y vio como su padre era degollado por un patriota. Con la niña en brazos, corrió lejos, y se refugiaron en una pequeña posada, escondidas en un rincón. Allí se durmieron abrazadas, dándose calor mutuamente. Patricia pensó en que esto era igual que la Revolución Francesa de la que tanto le habló su bisabuela.

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PARTE 5: EL TRES DE MAYO DE 1808

Llegó el día, y las calles seguían siendo una masacre de muerte y de destrucción. Se colaron en la cocina de la posada, y consiguieron robar algo de comer. Salieron afuera y siguieron buscando a alguien conocido que pudiera ayudarlas. Patricia intentaba sonreír y hacer que la situación no se viera aterradora, para que la pequeña María no se asustara.

Pasaron el día andando sin rumbo, charlando sobre las anécdotas de sus familiares, y escondiéndose cada vez que había un nuevo golpe de destrucción. Pero cuando llegó la noche, unos soldados de la tropa napoleónica empezó a masacrar la ciudad, matando a todos los patriotas españoles. Patricia volvió a correr con María en brazos en un acto de desesperación, y se chocó contra un soldado.

-¡Ah! Lo siento.- dijo ella, echando a correr de nuevo.
-Alto ahí, ¿quién es ella?- preguntó el soldado señalando a María, que iba vestida de campesina y parecía ser de una familia patriota.
-Soy su hermana.- respondió María, ante el asombro de Patricia.
-E-es verdad, estábamos jugando a la guerra, pero parece que ahora ya no es un juego...- disimuló Patricia.

El soldado se las quedó mirando, pero las dejó en paz y cargó su fusil. Patricia echó a correr de nuevo. Así pasaron varios días más, corriendo y huyendo de allí. Hasta que conocieron a Pedro, un chico de 15 años que era de Cádiz, y las llevó en el carro de su tío hasta allí.

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PARTE 6: LA CONSTITUCIÓN DE 1812 Y EL FIN DE LA GUERRA EN 1814.

Pasaron cuatro años. Ahora Patricia tenía 14 años, y era una muchacha preciosa. María tenía 8 años y ahora ya entendía más lo que estaba pasando, pero ya no echaba tanto de menos a sus padres. Patricia había madurado rápido, para evitar que María perdiera su infancia. Se habían hecho muy amigas de Pedro, que ahora tenía 19 años, después de un viaje largo y cuatro años viviendo en Cádiz con la familia del chico. Al principio fue raro, pero fueron muy bien acogidas entre ellos. Patricia cambió sus costumbres de la burguesía a unas costumbres de campo, como la familia de María.

Un día salieron a la calle, a celebrar que la Junta Suprema Central organizó y elaboró la primera constitución española, que recogía los derechos y los principios básicos del liberalismo político.

-Mi abuela fue a protestar con un grupo de personas para que Carlos IV les diera los derechos que querían. Ahora ya tenemos este libro que los recoge, ¿no?- contó María, contenta y orgullosa de lo que por fin había llegado.
-Sí, pequeñaja.- le revolvió el pelo Pedro, cariñosamente.
-¡Au! ¡Para!- se quejó la pequeña.
-Ya queda poco para que esto se acabe. Por lo menos aquí estamos tranquilos.- sonrió Patricia, mirando al cielo.

Jugando pasaron la tarde, corriendo unos detrás de otros y persiguiendo a los perros del cortijo, como hacía María cuando era pequeña. Pasó el tiempo, y otros dos años más. Ahora María tenía 10 años, como Patricia cuando empezó todo esto, y Patricia tenía 16, y era ya una joven serena y responsable, aunque a la vez simpática y hermosa. Pedro ya era un adulto, y tenía 21 años. Ya trabajaba en el campo más en serio, con sus padres y la ayuda de las niñas. Se había convertido en un padre, un hermano y un amigo para ellas, todo a la vez. Para las chicas representaba la salvación, porque si no hubiera llegado, probablemente estarían muertas también.

Pero ahora España por fin dejó de pertenecer a José Bonaparte, y aunque había pasado a las manos del torpe y necio rey Fernando VII, al menos dejó de haber guerras, en el año de 1814, cuando por fin con la ayuda del ejército inglés, las tropas francesas fueron expulsadas de España y por fin volvió a ser un país independiente. Puede que tuvieran que pasar por una mala racha de reyes, pero ya no era tan imponente como una guerra de independencia.

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